De enfermedades mentales en el Japón imperial

Acercamiento al Japón feudal de las primeras décadas del siglo XX y a la enfermedad mental, en La mujer zorro y el doctor Shimamura la escritora alemana Christine Wunnicke indaga, de mano del médico Shimamura, en la histeria de conversión que vivían muchas mujeres en Japón y su viaje a Europa para empaparse de las teorías de Charcot y Freud

Es lo que nos vamos a encontrar en la más reciente novela de Christine Wunnicke que lleva el título de La mujer zorro y el doctor Shimamura.

A lo largo de dos centenares de páginas nos veremos envueltos en las investigaciones de un neurólogo sobre una desconocida enfermedad mental que sirve de telón de fondo para mostrar las diferencias abismales entre Japón y los países occidentales.

Hasta cierto punto también es una acertada disección de lo que fue y lo que todavía es la sociedad japonesa, que a pesar de estar plenamente integrada en el capitalismo moderno tiene rasgos que la hacen única.

En plena Era Meiji

Incardinada temporalmente entre el año 1891 y los primeros compases del siglo XX, toma un personaje real, el doctor Shimamura, y lo introduce en un artefacto fantástico como siempre es una novela.

La vida de este discípulo de Esculapio nipón estuvo marcada, en la realidad histórica, por la tragedia, aunque gracias a la magia literaria de Wunnicke, el galeno se torna en la novela como un personaje tragicómico.

Nos encontramos, ya encaminándonos por las primeras páginas del libro con un doctor Shimamura ya entrado en años y alejado de la práctica de la medicina, un hombre centrado en la deconstrucción de lo que es su pasado.

Parapetado en su vieja casa de Kameoka, su existencia, al menos la científica, sigue marcada por la obra de Charcot y el Tratado sobre las Enfermedades Mentales de Griesinger, utilizando para su devenir mental.

En Kameoka, el doctor Shimamura comparte la vivienda con su mujer, Shaniko y la madre de esta, Hanako, que fue cuidadora en el hospital del que fue director Shimamura y que tiene veleidades literarias.

De hecho, lleva años escribiendo la misma obra, que indefectiblemente, después de haber escrito los primeros dos o tres capítulos, acaba pasto de las llamas en la chimenea del salón de la casa.

Mujeres poseídas por el zorro

Y de buenas a primeras, en una de sus divagaciones nos encontramos con la rememoración de la expedición, que, en el año 1891, llevó a cabo el doctor y su equipo a la prefectura de Shimane.

El objeto de la expedición no era otro que estudiar las mujeres que habían sido poseídas por el zorro, que la medicina nipona de aquel tiempo pretendía determinar si aquello no era una especie de histeria.

Con lo primero que se encuentra Shimamura, revisando literatura médica como literaria es que la obsesión por los zorros está íntimamente ligada al sintoísmo, una de las religiones mayoritarias del Japón, incluso del actual.

En esta enfermedad, los zorros toman el control de las mujeres en el verano, y se introducen en sus cuerpos, como tiene ocasión de ver el doctor Shimamura en la observación de una joven durante todo un verano.

Dicha joven comienza con una ligera contorsión inexplicable que siempre acaba, con el tiempo, en bailes desvergonzados que atacaban directamente a la moral imperante en lo que todavía era un Japón imperial.

Viaje a Europa

Es el mismo emperador el que envía al galeno a Europa para que intente explicar la enfermedad de las mujeres poseídas por el zorro al albur de la naciente psiquiatría que ya se realizaba en el viejo continente.

El primer país en el que recala Shimamura es Francia, donde pronto conocerá los círculos que rodeaban a Charcot y tendrá ocasión de ver su trabajo en el hospital de la Salpêtrière, de donde no saldrá muy contento.

Para el galeno japonés, la histeria que Charcot intentaba explicar era una comedia que los médicos interpretan ante una sociedad francesa que hasta cierto momento se divertía con ese trabajo.

El siguiente país donde recalan los médicos japoneses será Alemania, y en Berlín tendrá como maestro al profesor Mendel, que como el resto de la sociedad germana estaba gobernado por un racionalismo extremo.

Freud, al fin

Una vez en Viena, Shimamura se encontrará con el psicoanálisis y con Freud, e incluso con el mentor de este, Joseph Breuer, que llegará a hipnotizarlo en una sesión.

Desde la capital del imperio austrohúngaro llevará al Japón el psicoanálisis, aunque en el ministerio de Salud japonés pronto lo descartan para el tratamiento de la histeria traumática que sufrían las mujeres zorro.

Entre las contraindicaciones del psicoanálisis para llevarlo a cabo en Japón, los funcionarios imperiales aducen que es contrario al sentido de la cortesía nipona y los plazos de curación son muy largos.

Una lectura divertida

Es quizás el rasgo que más se puede destacar de La mujer zorro y el doctor Shimamura, ya que nos pasaremos una buena parte de sus 200 páginas cuando menos esbozando una sonrisa.

También aprenderemos la abismal distancia que existe entre las sociedades europeas occidentales y la sociedad japonesa de comienzos del siglo XX, inclusive porque las actuales son deudoras de aquellas.

En cierto modo, los textos de Christine Wunnicke tiene reminiscencias de los textos de Karen Blixen, la autora de Memorias de África, que escribió toda su obra literaria bajo el pseudónimo de Isak Dienesen.

Todo terreno

Si por algo se ha caracterizado Christine Wunnicke es por haber disfrutado de la literatura a todo lo largo y a todo lo ancho que ha querido.

Desde el teatro a la novela, y desde la biografía a otro tipo de literatura que hibrida géneros, en el año 2002 recibe el Premio Estatal de Literatura de Baviera por El ruiseñor del zar.

Pasados seis años también recibirá el Premio Tukan por la también novela Serenidad, y en el caso que se refiere a La mujer zorro y el doctor Shimamura fue galardonado con el Premio Franz Hessel en el año 2017.

Sus Obras completas alcanzaron el Premio de Literatura de Múnich en el año 2020.

Fuente – EL PAÍS / IMPEDIMENTA

Imagen – Miki Yoshihito / Ray in Manila / Marie Hale / Pline / John Lodder / Capture The Uncapturable / Graham Robertson

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