De un tiempo a esta parte parece que los autores, urbanitas durante muchos años, se trasladan al campo para contarnos nuevas historias; en esta época tan necesitada de referentes morales ante la podredumbre en la que vive el solar patrio se dirigen a la naturaleza donde todo es más puro y menos corrupto.
Además de la crisis económica, en nuestro país nos estamos viendo abocados a vivir en una crisis moral que ha corrompido casi todos los campos, desde la economía hasta la cooperación internacional. Una de las soluciones que han encontrado muchos escritores españoles es retornar al agro.
Después de la resaca – me refiero a la crisis económica – de haber vivido más de 20 años como auténticos nuevos ricos, nos hemos despertado en una época post crisis en la cual se echan de menos referentes morales, el volver al agro deviene en adoptar una ética que no por ser muy básica no deja de ser buena.
Esta tendencia de volver a la naturaleza fue inaugurada en Estados Unidos en el año 1854 por Henry David Thoreau y su obra “Walden, el retorno a los bosques” para ser posteriormente replicada a la saciedad por muchos autores de ese país, que en su versión más oscura o tétrica se reconfigura en “La carretera” de Cormac McCarthy. El mito en la versión patria está teniendo muy buenos epígonos locales como la escritora Cristina Fallarás con “Últimos días en el Puesto del Este” o Manuel Darriba en “El bosque es grande y profundo”.
Todos esos autores, patrios y foráneos, nos muestran el camino para destruir la sociedad tal como la entendemos actualmente y la construcción, desde sus cimientos, unas pautas de convivencia de actuar de la economía en la cual se dejen fuera los errores del pasado. Al mismo tiempo también se comienza a cultivar la novela rural, un subgénero que había quedado olvidado en los desvanes del tardo franquismo.
Si el apocalipsis está representado por la novela “La carretera”, ganadora del Premio Pultitzer, el envés de la moneda sería un neorruralismo que lo que propugna es volver al principio, cuando las ciudades eran marginales y la mayor parte de la población vivía del campo y para el campo. Sería una búsqueda del paraíso primigenio que nos cuentas varias cosmogonías presentes, incluida la cristiana.
Lo que ese produce es que los escritores abandonan las ciudades como marco del desarrollo de sus historias, un ecosistema urbano que ha sido durante 30 años la génesis de la mayor parte de las historias de la literatura contemporánea. En España contamos con muy dignos representantes de estos escritores que vuelven al campo en sus historias fabuladas.
De todos ellos el fundador del subgénero es Jesús Carrasco con su obra “Intemperie” en la cual sabremos de la vida de un niño que ha sido educado en un entorno rural que tiene muchas concomitancias con los paisajes naturales de Miguel Delibes. El niño huirá de su familia para integrarse en la vida de un cabrero con un código moral mucho más elevado que el que vivía en su casa.
Otro de los representantes en nuestro país de este nuevo subgénero es el reciente ganador del Premio Tusquets de Novela, Ginés Sánchez que ya en su novela “Lobisón” había transitado los caminos el agro hispano en donde el séptimo hijo de una pareja de labriegos es condenado a la maldad por una serie de leyendas de antiguo esoterismo. Es necesario también hacer mención a Iván Repila que en “El niño que robó el caballo de Atila” en dónde dos jóvenes, caídos en un pozo entrarán, mientras sobreviven comiendo insectos y raíces, en otro bosque de nombre locura.
Una versión apocalíptica del agro español es el que nos muestra Manuel Darriba en “El bosque es grande y profundo” dónde un urbanita desarrolla un viaje en un ecosistema de selva en la cual se encontrará con tribus dispersas formadas después de una conflagración que ha destruido todas las ciudades. Sin embargo esta nueva narrativa rompe la continuidad de las novelas de tema agrario que se desarrollaron en el tardo franquismo.
En los últimos años de vida del dictador Francisco Franco Bahamonde, los escritores que ambientaban sus novelas en un entorno rural que conocían al dedillo porque había nacido allí y su vida también se desarrollaba en entornos rurales. Sin embargo los nuevos autores del neorruralismo son en esencia urbanitas que pretenden abandonar las ciudades y todo lo que significan para encontrar una nueva vida, más pura y más sencilla, volviendo al campo.
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Fuente – La Vanguardia
Imagen – WEI TING YU