La brujería siempre ha estado más o menos presente en la sociedad occidental de los últimos siglos; ahora la periodista y escritora Mona Cholet nos presenta Brujas, publicado en el sello editorial Ediciones B, donde nos informa de muchos aspectos de ese fenómeno, inclusive su concomitancia con el feminismo
En un libro de reciente aparición, bajo el palmario título de Brujas, Mona Cholet, su autora, nos presenta la persecución, durante siglos, de las denominadas «brujas», como una represión más del movimiento feminista.
Fue a comienzos de lo que se denomina Edad Moderna, cuando, valiéndose de la etiqueta de «brujas», se empezó a perseguir a ciertas mujeres, que, entre otras características, tenía el que no admitían el rol que debieran tener las féminas en esa época.
La brujería, la excusa perfecta
La autora suiza defiende, como una de las tesis de su libro, que los ataques furibundos que realmente iban en contra de mujeres, se camuflaron acusando a las mismas de atentar contra los mandatos de la Iglesia Católica.
Lo que hace Chollet en Brujas, es hacer una interpretación, en clave feminista, de la función que tuvieron las brujas durante muchos siglos, entre otras, la de servir de curanderas para personas que no podían pagar un médico.
Para Chollet, la persecución de esas supuestas «brujas» solo se reflejaba en las sociedades occidentales, ya que nunca en las orientales nunca se llevaron a cabo esos pogromos, lo que denotaba que eran profundamente misóginas.
De hecho, esas persecuciones llegan hasta nuestros tiempos, ya que, para determinados colectivos, cercanos a la extrema derecha, el feminismo no es sino una «conspiración terrorista diabólica» para acabar con la supremacía de la sociedad hetero patriarcal.
Tema recurrente en la literatura y el cine
El «séptimo arte» está lleno de argumentos en los cuales se muestra el fenómeno de la brujería desde distintas ópticas.
Películas de gran éxito, como la celebérrima Embrujada de la factoría Disney, o una apoteósica Glenn Close en Atracción fatal o inclusive, quizás la película más famosa, Las brujas de Eastwick.
El fenómeno de la brujería también ha hecho correr ríos de tinta, siendo quizás la obra que mejor refleja la «brujería», en este caso concreto en Estados Unidos, Las brujas de Salem, de Arthur Miller.
En dicho libro se ve como, unas jóvenes constreñidas por puritana sociedad de la época, como «canto de libertad», comienzan a bailar desnudas en los bosques, y a partir de ahí se inicia una «Causa General» contra ellas.
En la comunidad en la que viven pronto se extiende la idea de que se dedican a adorar a Belcebú, de manera que finalmente terminan juzgadas por brujería, y sobre ellas carga toda la misoginia de la comunidad en la que vivían.
Además de película, Las Brujas de Eastwick fue originariamente un libro del Premio Pulitzer, John Updike, donde un tal Darrly Van Horne acabará provocando la beligerancia de tres mujeres divorciadas, que además son hechiceras.
Brujería, una «acusación comodín»
Tal como explica Cholet, que en estos momentos está haciendo promoción de Brujas en Barcelona, la acusación de brujería era utilizada sibilinamente para desprestigiar a ciertas mujeres sin razón alguna.
Las más de las veces, algunos próceres utilizaban la acusación de brujería para «quitarse de en medio» a mujeres que les resultaban molestas por una amplia gama de motivos.
No era extraño encontrar que la mujer o la «querida» era acusada de brujería porque el hombre con el que estaba quería eliminarla de su ecuación vital.
También era muy habitual, que, una mujer con «posibles», fuese acusada de adoradora del diablo porque algún familiar o vecino quería entrar en posesión de su patrimonio.
La mayor parte de ellas eran curanderas
Muchas de las supuestas «brujas» atesoraban una enorme cantidad de conocimientos tradicionales sobre plantas que utilizaban para sanar, ya que eran los «médicos» de las clases populares.
Pero llegado un momento de la historia, estas curanderas se convirtieron en «chivos expiatorios» que se utilizaban para incitar a las masas a su castigo, para de esa manera desviar la atención de otros problemas.
En cierto modo, a las «brujas» se les dio el mismo tratamiento que a los judíos, al menos en Europa, ya que los pogromos servían a los reyes y a las élites en el poder para evitar que la mayoría de a población se enterase de otras cosas.
Víctimas del hetero patriarcado
Sin embargo, muchas de estas mujeres acusadas de brujería, la más de las veces eran personas que tenían un comportamiento molesto para determinadas personas o bien que no se adscribían a lo que suponía que debía de ser un comportamiento femenino.
También lo que algunos consideraban como peligrosidad social se sustanciaba con una acusación de brujería, que, en España, hasta mediados del siglo XIX se podía convertir en un proceso inquisitorial.
Persecución a partir del Renacimiento
La época más cruenta para la persecución de la brujería, «cajón de sastre» donde cabía cualquier tipo de comportamiento femenino que no se ajustase a los cánones, fue, paradójicamente el Renacimiento.
El Renacimiento, que históricamente tenemos asociado al resurgimiento de la cultura clásica y los albores de la ciencia, tal como la conocemos hoy en día, también una época en la cual resurge el humanismo clásico.
Además, en el caso de las colonias británicas en Norteamérica la persecución adquiere peculiaridades especiales, e inclusive hoy el término «bruja» se utiliza como arma arrojadiza para atacar a enemigos políticos.
El caso más cercano se ha producido en la última campaña electoral, en la que el actual presidente, Donald Trump, no dudó en calificar como «bruja» a la demócrata Hillary Clinton.
Un término reivindicado por el feminismo
De ser un arma arrojadiza que desde el pensamiento conservador se utilizaba para zaherir al movimiento feminista, se ha pasado a que las organizaciones de ese espectro se han apropiado del término.
De ese modo las feministas han podido tener un espacio en el cual realizar un debate sereno sobre aspectos por los cuales son acusadas de «brujas»: la maternidad o la no maternidad, la emancipación de la mujer, o la negación del «amor romántico».
Toda una «industria» de la persecución de las brujas
Como ya hemos indicado, acusar a alguien de «bruja» era un método muy socorrido para eliminar a alguien que molestaba, sobre todo desde ámbitos de mucho poder que de esa manera podía acceder desde los bienes de la acusada hasta negar a su rol social.
Para que nos hagamos una idea, el ser acusada de «bruja» era lo mismo que ser acusado de terrorista en la actualidad. Eso suponía una mácula de la que muchas no se recuperaban en la vida.
Alrededor de la persecución y para desenmascarar a las supuestas brujas se creó una auténtica industria, con el surgimiento de hombres que se decían versados en todo lo que tenía que ver con lo demoniaco y actuaban, en algunas ocasiones, como exorcistas.
Algunos de estos expertos en el demonio y las brujas sistematizaron su conocimiento en tratados como el Malleus maleficarum, conocido también como El Martillo de las Brujas, creando mito sobre mujeres con poderes diabólicos.
Al fin y a la postre, bajo el dominio de un varón
Si la persecución de las «brujas», muchas veces mujeres que no pudieron o no quisieron jugar el rol que la sociedad les adjudicaba, no fuera suficiente, además se las puso bajo la férula de Satanás.
Aquellas que pretendían sacudirse el yugo de la sociedad hetero patriarcal, nos referimos a las supuestas «brujas», acaban siendo siervas de Satanás, un hombre, al fin y a la postre.
Por ello, las brujas no podían, aunque fuese por rocambola, sustraerse a la sociedad machista y hetero patriarcal en la cual habían nacido, ya que, para la mayoría de la población, seguían siendo las sirvientas de una figura masculina.
La persecución de las brujas como conducta antisemita
La autora de Brujas llega a relacionar la persecución de las «brujas» con componentes antisemitas, muy presentes en todas las sociedades europeas, sobre todo las del centro del continente.
Muchas veces se presentaba la equivalencia de mujer como judío y judío como mujer, y de hecho se llegó a considerar que los judíos circuncidados tenían menstruación mensual como las mujeres.
El acoso a las mujeres considerada como brujas, y especialmente a las de mayor edad, fue absolutamente despiadada, y se les trataba sin ningún respeto.
Fuente – EL PAÍS / Wikipedia / 20 minutos
Imagen – massmatt / Joel Ormsby / Shayariel Teardrop / Wellcome Collection Gallery / Larry Lamsa / Wolfmann / Gautier Poupeau / Rob Kall / Susan Cipriano / Siebbi / kyle simourd