
El joven escritor suizo Joël Dicker acaba de publicar El enigma de la habitación 622, una novela donde, con el «juego de espejos» al que nos tiene acostumbrado, el protagonista se llama también Joël Dicker, y también es escritor, aunque el autor de La desaparición de Stéphanie Mailer niega que sea su alter ego
Con solo 34 años, el suizo Joël Dicker ha dejado de ser un joven que apuntaba maneras para convertirse en uno de los escritores más reconocidos de novela de misterio.
En estas fechas publica El enigma de la habitación 622, que, como sus anteriores obras, a buen seguro «enganchará» a miles de lectores a lo largo de los cinco continentes.
Confiesa, a sus 34 años, que desconoce el «síndrome de la página en blanco», y que los problemas no hacen sino espolear sus capacidades creativas, no habiéndose encontrado en ninguna situación en la cual no haya sabido sobre qué escribir.
Una cuestión de hábito

Dicker no cree que su demostrada inmensa capacidad para hilvanar ideas y convertirlas en libros que luego son superventas no proviene de un especial genio innato, sino que es producto de la constancia y el esfuerzo.
Sus sesiones de escritura comienzan a las 4:00 de la mañana, un momento – hay poca gente levantada y reina la calma – bastante propicio para juntar letras que se convierten en palabras y que se convierten en frases y capítulos.
Gusta de escribir escuchando música, creando, tal como confiesa sin ambages, una burbuja que le protege del mundo real y no sería aventurado pensar que a la música se debe todo el universo literario que ha construido en pocos años.
La coreografía de una obra

Dicker es un convencido que los libros que escribe verdaderamente pertenecen a sus lectores, y él, como autor, lo único que hace es entablar un juego, siempre amistoso, con sus lectores.
Son ellos, los lectores, los que imaginan el «guion» que él ha creado, los que insuflan vida a los personajes y crean los ambientes en los que se desarrolla la acción; en cierto sentido son los que también reescriben cada uno de sus libros.
De hecho, el escritor suizo de 34 años, ha creado ya personajes memorables, como el de Marcus Goldman, un escritor pluriempleado, en su tiempo libre, como detective.
Tal es el éxito que ha adquirido Goldman entre sus lectores, ya son dos las novelas en las cuales figura como protagonista principal, concretamente en La verdad sobre el caso de Harry Quebert y El libro de los Baltimore.
Dicker como personaje literario

Son legión los lectores que encuentran que Marcus Goldman no es sino un trasunto del propio Dicker, pero el escrito suizo ha negado esa posibilidad por activa y por pasiva, aunque no es la primera vez que utiliza un «juego de espejos» para confundir a sus lectores.
Inclusive en El enigma de la habitación 622, sigue jugando con los lectores, máxime porque el protagonista de la novela se llama Jöel, como él, y se sirve del texto para rendir homenaje a Bernard de Fallois.
A pesar de que identifica a Jöel como un personaje de ficción, no tiene pábulo en confesar que el artificio le sirve para seguir alimentando el «juego de espejos» en el que ha convertido cada una de las obras literarias que ha pergeñado.
Dicker considera que lo esencial en cada artefacto literario que crea es lograr una atmósfera que sea agradable a los lectores, como manera de asegurarse que el lector no abandonará el libro hasta que culmine el volumen.
Para lograr esa ambientación placentera, Dicker tarda en confeccionar una historia, desde el borrador hasta que el libro va a «máquinas» entre dos y tres años.
Un escritor vocacional

Buceando en su pasado, Jöel Dicker no encuentra ningún otro oficio que haya querido ejercer, desde la mocedad, que no haya sido el de escritor.
Su compromiso con la literatura nació por primera vez una traducción al francés de La promesa del alba de Romain Gary, un autor de culto para él.
Dicker es muy autocrítico con su trabajo, considerando que cada libro es más difícil de escribir que el anterior, de manera que al comienzo de cada proyecto el libro siempre parece perfecto.
Él, y con ello engloba a cualquier escritor ejerciendo su oficio, es el que poco a poco lo va convirtiendo en imperfecto, ya que se van sumando las propias imperfecciones del escritor, que finalmente se permean en el volumen.
Libre de presiones

Joël Dicker se define como un escritor que está libre de presiones, sobre todo de las servidumbres que muchas veces ejercen sus lectores, verdaderos orífices de cualquier escritor de culto que se precie.
El autor de, entre otros, Los últimos días de nuestros padres, considera que en cualquier obra literaria que se precie las emociones son fundamentales, sobre todo aquellas que el escritor es capaz de transmitir a los lectores.
Ahora, en plena promoción de El enigma de la habitación 622, Dicker está casi de vacaciones, no teniendo que seguir la disciplina franciscana de tener que levantarse a las 4:00 de la mañana para intentar pergeñar textos que sean del gusto de los lectores.
Homenaje a Bernard de Fallois

El libro que hoy nos ocupa es, también, un sentido homenaje al editor Bernard de Fallois, el primero que le dio la oportunidad de expresarse como escritor.
Y eso en unos momentos en los cuales enviaba originales a editoriales y ninguna de ellas siquiera le contestaba, de Fallois fue el primer editor que le permitió publicar un original, y además se lo enseñó todo sobre el negocio editorial.
Además, fue quien le catapulto al éxito, convirtiéndose casi en un padre para él, y aprendiendo de él, también, como debe trabajar un escritor que se precie de ese nombre.
Jöel Dicker considera que un editor se asemeja mucho a un entrenador de boxeo: alguien que ayuda, guía y se convierte en alguien donde resguardarse cuando hay marejada porque el libro recién publicado no ha tenido la resonancia esperada, o hay una mala racha de críticas sobre el volumen recién publicado.
Fuente – LA VANGUARDIA / Jöel Dicker en Wikipedia / El Confidencial
Imagen – krimidoedel / Eelke / Jim, the Photographer / Matt Brown / kellywritershouse / Alexander Affleck / Wikipedia