Donde no se ponía el sol

El académico de la RAE Juan Gil nos presenta En demanda de la isla del Rey Salomón, un ensayo donde nos habla de un desconocido intento de colonización de las islas del Pacífico por expedicionarios poco conocidos en la historiografía oficial, como, entre otros Álvaro de Mendaña

Si por algo nos caracterizamos los españoles en el siglo XVI fue nuestro afán de conquista, unas aventuras que tenían como motor la codicia por encontrar tierras donde hubiese oro y riquezas.

En ese siglo, la principal fuente de expediciones fue el Pacífico, donde los aventureros y sus barcos iban detrás del descubrimiento de una isla, imaginaria hasta no ser encontrada, repleta de riquezas.

Una historia prácticamente desconocida

En la historiografía oficial los únicos nombres que se han labrado, muchas veces con letras de oro, son los de Colón, Magallanes o Elcano.

Pero hubo otros muchos aventureros que izaron velas en busca del botín y la gloria, buscando en el océano Pacífico, una isla repleta de oro de y piezas preciosas.

A esa empresa se aprestaron Álvaro de Mendaña, Pedro Fernández de Quirós y o Diego Prado, que no duraron en vender cara su vida para lograr la gloria en los Anales de la época.

En demanda de la isla del Rey Salomón

Así se llama el último ensayo que ha publicado Juan Gil, que a la sazón es miembro de la Real Academia de la Lengua.

La obra se sustenta en que el académico ha rescatado del olvido los memoriales donde se plasman las aventuras de los antes citados navegantes.

Publicado en Biblioteca Castro, y habla del mito áureo de esa supuesta isla, perdida en los confines del Pacífico, repleta de todo tipo de riquezas, tanto en oro como en todo tipo de piedras preciosas.

Dicho mito áureo encandiló desde el vulgo hasta las altas esferas, promoviendo que aventureros de toda laya se embarcasen en busca de la riqueza y de la gloria.

Mitos, algunos de ellos hasta bíblicos

Pero la leyenda que eclosionó casi acabada al Edad Media hundía sus raíces en leyendas que provenían de la antigüedad.

Según estas los navegantes arribarían a una isla en el pacífico cuyas playas, en vez de arena, estarían formadas por finos granos de oro, lo cual lo incardina también con la Biblia.

En uno de sus pasajes se puede leer que el Templo de Salomón se construyó con oro, plata y maderas preciosas que provenían de la citada isla.

Para salpimentar la leyenda con un poco de peligro y misterio, las leyendas también aseguraban que las riquezas de la isla estaban defendidas por unas hormigas gigantes de una gran ferocidad.

Álvaro de Mendaña lo intenta desde el Perú

Fue uno de los primeros aventureros que vendieron cara su vida para encontrar la isla recubierta de metales y piedras preciosas, organizando una expedición desde Perú.

El 19 de noviembre de 1567 parte con dos navíos a lo descocido y el mando de la expedición se le concede por ser sobrino del gobernador de esas tierras, que contaba solo con 25 años de edad.

Su tripulación, formada por galeotes y presidiarios, se le amotinó en el mismo momento en que empezaron a escasear los víveres y muchos de los marineros enfermaron.

El retorno a tierra conocida fue una epopeya que estuvo dominada por tempestades y una hambruna, que finalmente los hizo recalar en México, concretamente en Colima, volviendo a la civilización sin oro, y mucho menos con piedras preciosas.

Dos gallos en un mismo gallinero

Producto de que en la expedición se embarcó el astrólogo Pedro Sarmiento de Gamboa, para Álvaro de Mendaña aquello fue un auténtico Viacrucis.

El astrólogo ya desde los primeros compases de su navegación puso en solfa todas y cada unas de las decisiones de su mando, empezando por disentir del rumbo que llevaba la expedición.

En enconamiento entre ambos sucedía por el hecho de que Sarmiento de Gamboa era un sabio en su época y considera a Mendaña poco más que como un mequetrefe que había logrado comandar la expedición por las influencias de su familia.

Con la llegada a España continúo el enfrentamiento entre ambos, ya que Pedro Sarmiento de Gamboa se quiso adjudicar ante el monarca, reinaba Felipe II, la gloria de los descubrimientos que logró la expedición.

Sin embargo, el envite lo logró Mendaña, que convenció a Felipe II de que la gloria de los descubrimientos era solo suya, y el monarca lo recompensó con títulos y dinero para proseguir con su búsqueda.

Tenérselas con sir Francis Drake

La segunda expedición de Mendaña se las tuvo que ver con los corsarios ingleses que campaban por sus respetos en el Pacífico, especialmente al que llamaban el capitán Francisco, que no era otro que el corsario Francis Drake.

En el segundo viaje de descubrimiento embarcó la flamante mujer de Mendaña, Isabel Barreto, hija de un importante comerciante español, con cuya dote pudo completar de armar la expedición.

Esta expedición tampoco tuvo éxito en la búsqueda y la nueva tripulación se volvió a amotinar en cuanto comenzaron a falta los víveres y el agua, falleciendo incluso Álvaro de Mendaña, teniendo que ejercer el mando su mujer.

Finalmente, las cuatro naves que conforman la escuadra llegaron, al borde de la inanición, a Filipinas, después de que Isabel Barreto acaparase los pocos víveres que quedaban condenando a la inanición a la mayoría de la tripulación.

Poco éxito en el Pacífico

Es a la conclusión que llega Juan Gil en la introducción de libro, y cifra en el poco éxito colonizador de los españoles en los mares del Pacífico en varios motivos.

El primero de ellos la belicosidad de los aborígenes de las islas de Pacífico, que impedía que unos pocos españoles con arcabuces y algún caballo pudiesen realizar conquistas de la suficiente entidad.

El otro motivo fue la inexistencia de una cadena logística, al modo de las factorías que si construyeron los británicos en islas estratégicas en el pacífico, donde podían reponer munición, agua y vituallas.

Fuente – EL PAÍS

Imagen – Boris Kasimov / Kevin Dooley / Vinamra Agrawal / Bill Smith / Haluk Hermis / Kars Alfrink / Foundin a Attic / Tom Driggers

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