
El historiador británico Adam Tooze, especializado en narrar hecatombes económicas, nos presenta ahora El Apagón, una narración de lo que ha supuesto para la economía planetaria, la pandemia de SARS-CoV-2, y que, a diferencia de la anterior crisis del 2008, se ha saldado gastando a manos llenas
El historiador británico Adam Tooze vuelve a la carga, en esta ocasión con un libro que disecciona al capitalismo en plena ola COVID, analizando el impacto de la pandemia de SARS-CoV-2 en la actividad económica.
Son muchos los políticos, economistas e historiadores que no duda en calificar a la pandemia como una auténtica guerra mundial, con unos efectos devastadores en las economías de los países de los cinco continentes.
La pandemia no ha dejado a ningún gobierno indiferente y en aquellos países que no contaban con sistemas de protección económica y social los efectos han sido enormemente cruentos, mientras que los avanzados han podido utilizar mecanismos de contención.
Inigualable desde el punto de vista histórico

Desde que se tienen anales históricos, ninguna crisis económica había afectado al 95% de las economías, generando el SARS-CoV-2 una contracción tan brutal.
En el caso de las economías desarrolladas los gobiernos han sido capaces, unos mejor que otros, de construir diques de contención económica; en el caso de nuestro país esos diques tienen nombre propio: ERTES.
El primer trimestre del 2020 se saldó con que 3.000 millones de personas vieron cómo, de la noche a la mañana, sus puestos de trabajo se esfumaban.
Y muchos de los que no vieron sus empleos fagocitados por el SARS-CoV-2 tuvieron que irse a trabajar a casa, en unas experiencias de trabajo en «remoto» que, con anterioridad habían tenido, aunque se haya vuelto paulatinamente a la oficina.
Al mismo tiempo, 1.600 millones de estudiantes vieron como se suspendían las clases presenciales, y solo los alumnos de los países más desarrollados y con mejores infraestructuras tecnológicas pudieron seguir sus clases a distancia.
Narrar lo inenarrable

El historiador británico Adam Tooze no es un novato a la hora de narrar crisis económicas mundiales, ya que cuenta con un libro, que bajo el expresivo título de Crash, narra la debacle financiera del 2008.
Ahora se atreve con el naufragio económico que para el capitalismo ha supuesto y sigue suponiendo la pandemia de SARS-CoV-2, con un texto que ha decidido titular El Apagón, al menos en su versión en castellano.
Haciendo un poco de memoria nos acordaremos de que la pandemia surgió en una remota región china, Wuhan, que muy pocos en occidente eran capaces de situar en el mapa.
En pocas semanas, con la extensión del virus en un entorno mundial hiperconectado, se gripaba el motor de la economía mundial: el transporte aéreo se reducía a cero y se rompían abruptamente las cadenas de suministro.
Al mismo tiempo, un buen número de sectores económicos se pararon completamente, y el sector financiero entraba en barrena superando en efectos económicos letales al crack del año 1929.
También una hecatombe política

Pero la crisis económica subsiguiente no fue nada con el Sin Dios geopolítico que se organizó, con una China en guerra comercial con un buen número de países desarrollados, siendo además el epicentro de la pandemia.
El SARS-CoV-2, o, mejor dicho, la respuesta que han dado los gobiernos nacionales a la pandemia ha hecho caer y poner gobiernos y ha aumentado el interés de los inversores internacionales por poner a producir su dinero en China.
En el caos del país que gobierna con mano de hierro Xi Jinping, desde el primer momento optó por una estrategia sanitaria de acabar con el virus. Valiéndose seguramente de que se trata de una dictadura, de mercado, se cerró todo lo que se consideró necesario para acabar con el virus.
Todavía tenemos en nuestra retina las informaciones de como se construyó, en la ciudad de Wuhan, epicentro de la pandemia, un enorme hospital en solo una semana y de como se confinó a millones de personas por el tiempo que fuera necesario.
Mientras tanto, en Estados Unidos

Al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la mala gestión de la pandemia de SARS-CoV-2 le costó a Donald Trump no ser reelegido para la presidencia de aquel país.
Con un liberalismo mal entendido, hay inclusive quien acusa a Trump de iliberal, provocó millones de muertos por SARS-CoV-2, con un sistema sanitario, esencialmente privado, no preparado para hacer frente a una crisis de salud pública.
Esa mala gestión hizo caer la popularidad de Trump a niveles nunca vistos y precipitó la victoria del tique electoral Biden – Harris, y de lo primero que se preocupó la nueva administración es del problema que suponía China.
China, y la pandemia no ha hecho sino extremar sus intenciones, siempre ha tenido la ambición de configurarse como una superpotencia unipolar, superando a los Estados Unidos de América.
Uno de sus objetivos, convertirse en la fábrica del mundo desarrollado ya lo ha conseguido y, además, se trata del mayor tenedor de bonos de deuda pública norteamericana: Estados Unidos le debe miles de millones de dólares en deuda pública.
Un fenómeno desconocido

Y no hablamos de la pandemia, ya que a lo largo de la historia ha habido situaciones peores, pero si en cuanto a la respuesta que se ha dado ante la pandemia de SARS-CoV-2.
Realmente en cuanto a las medidas de salud pública, hemos tenido que recurrir, para domeñar al virus, a los mismos métodos que se utilizaban en la Edad Media para luchar contra la peste: confinamiento de la población.
Lo que si es cierto es que, de manera deslavazada y no coordinada, la mayoría de los países han optado por utilizar las mismas medidas: confinamiento y medidas de estímulo público, e inyectar miles de millones a sus economías.
Tener un mundo hiperconectado, nos referimos mediante los medios de locomoción, ha sido lo que ha provocado que lo que en un primer momento era una epidemia circunscrita a una zona limitada en China, se haya convertido en una pandemia de dimensiones planetarias.
Con las enseñanzas del 2008

Todo lo aprendido, en economía, con la recesión de 2008 se ha aplicado en lo que llevamos de pandemia para evitar que la economía mundial naufragase.
Lo aprendido en la anterior crisis financiera se ha aplicado a machaca martillo: en vez de austeridad, gasto de dinero público a manos llenas.
En el caso de nuestro país el salvavidas se ha llamado expedientes de regulación de empleo temporal, que han impedido que millones de trabajadores perdiesen sus empleos.
Otro de los salvavidas han sido los fondos llegados de Europa, que en el caso de nuestro país han supuesto, o, mejor dicho, van a suponer, 140.000 millones de euros de inyección para la economía.
De ese dinero, la mitad son subsidios a fondo perdido y los otros 70.000 a créditos que habrá que devolver, aunque bien es cierto que las condiciones son muy favorables, y el Estado tendrá décadas para hacer frente al préstamo.
Fuente – EL PAÍS
Imagen – The Nails / Alejandro Mallea / J. Deering Davis / Daniel Oberhaus / The National Guard / Ben Tesch / Jim Linwood