Por su Dios y por su España

Los monumentos a los Caídos por Dios y por España, tal como nos cuenta el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco en Cruces de memoria y olvido, fue producto de una elaboración para recuperar la atmósfera religiosa y política del enorme imperio de Felipe II, donde nunca se ponía el sol

Si en algo fue experta la España de Franco fue en utilizar a los contendientes de la Guerra Civil Española para crear el mito de que los combatientes fallecidos del banco franquista murieron por Dios y por España.

De hecho, el franquismo es el artífice de haber creado la memoria de España del bando vencedor que prevaleció durante 40 años, justo lo que duró el régimen dictatorial de Francisco Franco.

Ahora un ensayo pretende desentrañar como los intelectuales orgánicos del franquismo crearon ese mito, que no realidad, a base de llenar España con enormes cruces de estética imperial.

Inevitable en la geografía franquista

Durante toda la dictadura franquista y hasta casi la finalización del siglo XX no era extraño que cualquier localidad española, inclusive los pueblos de la España vaciada, estuviese el monumento a los caídos.

El mismo siempre obedecía a la misma simbología, con una cruz imperial de buenas dimensiones y decorado con el emblema Caídos Por Dios y por España, solo referidos a los fallecidos del bando golpista.

El Franquismo nada decía de los miles de ajusticiados, muchos de ellos sin juicio, que todavía adorna las cunetas de las carreteras de ese país.

El dictador logró que España tenga el dudoso privilegio, inclusive en pleno 2022, de ser el país que más desaparecidos tiene solo por detrás de Camboya: no si se acuerdan ustedes de Pol Pot y de los jemeres rojos.

Recogido en un ensayo

Ahora el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco publica en crítica el ensayo Cruces de memoria y olvido, que nos habla de la importancia que tuvo, para el misticismo franquista, los monumentos a los caídos que jalonaron toda la geografía española.

La obra nos sumerge completamente en la época más negra del franquismo, un país donde imperaba al racionamiento y en donde falangistas, militares y muchos curas seguían justificado la violencia contra el bando que perdió la Guerra Civil.

En plena posguerra, y hasta bien entrados los años sesenta, no era extraño que un camión llegase a una prisión donde penaban rojos, hiciesen una saca de presos y estos terminaran fusilados en cualquier cuneta.

La construcción de un mito

El primer entierro del que se tiene noticia, al menos en el bando faccioso, es la misma noche del 18 de julio de 1936 se rindió honores al joven Emeterio Estefanía.

A medida que avanzaba la guerra y se acumulaban los fallecidos en el bando franquista, comenzaba el mito de los que, hasta aquel momento, habían dado su vida por España.

La aparición de Dios fue posterior, y la primera vez que se tiene noticia de ello fue en una esquela publicada tras la muerte del teniente de artillería que fue enaltecido en una esquela en el Diario Palentino.

A este militar del bando insurrecto, se le calificaba como Martin de la Religión y de la Patria, es así como nace el mito de los caídos, con tan buena fortuna que ya mixturaba a Dios con la Patria.

Así se producía la ligazón entre la ideología falangista, eminentemente basada en el nacionalismo español y la religiosidad de los carlistas.

Es a partir de ese momento cuando se acuña el lema Caídos por Dios y por España, en donde los falangistas permitían la primogenitura al catolicismo carlista, algo que le vino de perlas al dictador.

Normas de estilo

Se comienzan a crear en el año 1938, concretamente en febrero. En plena contienda nace la Comisión de Estilo en las Conmemoraciones de la Patria.

Su misión era crear normas comunes para el recuerdo de los caídos del bando sublevado, y estuvo formado por intelectuales que una vez consolidada la dictadura pasarían a ser orgánicos.

El organismo estaba compuesto por Eugenio D’ors, que en aquellos momentos se definía como católico conservador, José Antonio Sangróniz, un marqués que procedía de Renovación Española y el obispo Leopoldo Eijo y Garay.

También fueron miembros el historiador Vicente Castañeda Alcover, y el arquitecto Pedro Muguruza, que trabaría también en el faraónico Valle de los Caídos, de donde extraería la idea de las cruces imperiales.

Ninguno de ellos era falangista, estando situados todos ellos en un pensamiento religioso conservador y un nacionalismo español de corte Menéndez Pelayista.

Ya en agosto del 1938, en una comunicación enviada por Dionisio Ridruejo, que por aquellas fechas era el jefe Nacional de Propaganda, indicaba que los monumentos a los caídos debían de ser sencillos y debían de constar por lo menos de una cruz.

El simbolismo de la cruz además de demostrar el catolicismo de la Cruzada contra el bolchevismo, tenía también unas reminiscencias imperiales, a aquel imperio de Felipe II donde no se ponía el sol.

Una extensa labor de documentación

Es la que ha realizado Miguel Ángel del Arco Blanco, a la sazón catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.

La documentación que se ha manejado para Cruces de memoria y olvido, se puede ver cómo, ya desde un principio, el franquismo quiso unificar los símbolos para rendir tributo a sus muertos en la Guerra Civil.

Inclusive se prohibió que los monumentos fuesen monolitos, y se obligó a que en todos ellos estuviese omnipresente una cruz, y además que el símbolo recordase a las pasadas glorias imperiales.

Además, se censuró a las cruces demasiado pequeñas, ya que es estableció incluso la majestuosidad que las mismas debían de tener, rechazando monumentos por tener la cruz demasiado pequeña.

Por otro lado, se obligó a que el material de los monumentos de los Caídos por Dios y por España fuesen elaborados en piedra, y no en cemento, que como citaba algún intelectual franquista “olía a pueblo y a plan quinquenal” cuando se estaba en pleno desarrollismo franquista.

Fuente – EL PAÍS

Imagen – Marco Chiesa / Raderich / Andrew Malone / Randroide / José Sánchez / Travis Wise

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